Ya nos quedan pocas cosas
sin pintar con palabras. Los amaneceres
urbanos madrugando los horizontes,
los besos en el parque solos y atornillados
las miradas esquivas en el bus
de las mañanas,
rincones que siempre encuentran
un poeta con adjetivos de sobra
para regalarles.
Sin embargo, me miro este jueves
adormecido
encajado entre papel y alabastro,
y no encuentro motivos
para recitarme.
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