Tras casi medio siglo diciéndome
que lo importante es plantearse
retos,
tener una motivación basada en la
proactividad.
En la creencia
de que la mejor manera de llegar
al objetivo final
es obligarse con indicadores intermedios.
Retos, acción, rendimiento... y de repente descubro,
que mi mayor virtud, si alguna
tengo,
no está tanto en plantearme
nuevos retos
sino en ese arte difuso y pasivo
de saber escuchar ordenando sueños.
Resulta que la cosa no consiste,
como creía y contaba,
en incorporar nuevos elementos a
la partida
sino en saber jugar con los que ya
tengo;
no tanto en hacer como en esperar,
no tanto en golpear como en saber
encajar
sin venirse al suelo.
Curiosamente, de un tiempo a esta
parte,
me descubro más brillante de periodista
que queriendo pasar por artista
delante de un lienzo
Mejor en leer
que en escribir mis propios argumentos,
mejor en subrayar que en poner acentos,
más centrado en traducir que en recrear poemas y cuentos.
Qué otra cosa es explicar
sino traducir a
simple lo más complejo
hacer narraciones atractivas de saberes dispersos.
Yo que siempre he vivido en el
caos,
ahora me entretengo
simplificando laberintos, esquematizando proyectos
quizás también
disfrazado de cuentista
en el oficio de cambiar nostalgias por
futuros bonitos e inciertos
Yo que me veía de viajero,
ahora me siento en mi mecedora de
anea
a escuchar sueños de aventureros
que recaban mi opinión sin importarles
que apenas haya salido del puerto.