De repente se cae el jarrón de la mesa,
y no sabes quien lo ha empujado
pero allí están los añicos
de la obra de arte que habías pintado
con tanto esfuerzo y delicadeza.
Javier Gutierrez está grandioso,
la composición blanca siempre,
desnuda a veces,
preciosa
otras preciosista
de Martín Cuenca.
Todo simbología sin disimular
el escritor desnudo,
la realidad intuida a medias desde las sombras.
El autor que es personaje,
los personajes
a quienes recrea el autor,
a su antojo
como un dios destartalado
novato y caprichoso.
Porque el autor no crea,
recrea,
se aprovecha del entorno
como un tirano
hace suyos a los demás,
los secuestra, los fuerza
hasta que encajan en su obra.
Y de repente, mientras disfrutas
de una buena peli
ves que la mesa se mueve
que el jarrón se vence y rueda por la tabla
lentamente pero de manera irreversible
parece que el director se ha ido a mear un momento
y mientras tanto el jarrón
se desliza de manera inexorable camino del suelo,
!joder que se te está yendo¡
le gritas
lo ves pero no puedes hacer nada.
Justo cuando estaba ya casí concluida
la obra maestra, la peli perfecta
la novela selecta se torna en librillo de masas.
No sé, quizá sea el último símbolo de la peli;
no sé si voluntario...
Lo facil que es que una novela perfecta
se te convierta en vulgar.
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