martes, 19 de noviembre de 2019

Surrealismo gris de noviembre

Hay temporadas en las que me asalta la extrañeza,
veo volar a los hombres desde las azoteas,
arrancarse los pelos a ermitaños
de dentro de la nariz;
veo a jefes que se sienten perseguidos
por rebaños de hormigas
a las puertas de su ego y su miseria.

Hay temporadas que la extrañeza se hace cotidiana
y la vida se muda
como la piel de los ofidios fuera de estación;
lo que está arriba baja
los jarrones se rompen,
lo que está abajo sube
y nada se parece a nada.

La quietud está minusvalorada
y solo se escuchan gritos atormentados
desde dentro de las bañeras
desde lo alto de las torres
mientras batallones de sedientos
arrancan los badajos de todas las campanas.

Los muertos se agazapan en las marquesinas
de la linea seis
como los recuerdos
como las paginas subrayadas de los apuntes de un opositor
como los caimanes que esperan en las aguas turbias
del parque del retiro a ver los niños caer,
como un partido caluroso en el pabellón de san blas.

Al franquear la puerta de la oficina
he visto mujeres arañándose la cara
escondiéndose bajo la mesa
huyendo de los aguadores que encharcaran sus entrepiernas
como el noviembre, la niebla
y el tedio de los cincuenta.

Los hombres sacan licor de caña
de aljibes con poza y fuente de diez caños,
los políticos recitan discursos cargados de metáforas
que engalanan el vacio de las tertulias de radio.
El balance y la cuenta de resultados
follan salvajemente
jadeando créditos prestamizados al siete de interés.

Y de repente el silencio abstemio de la oración,
el deseo inocuo de vaciar la mente de rizos y pliegues
que hagan el pensar más lento,
la masturbación lentísima inspirada en el sexo amateur
de cuentas ficticias de twitter
que dan lugar a orgasmos de esos que agolpan en las sienes
toda la sangre.

Llueve fuera, hace un frio de febrero en noviembre
y la ciudad se viste de luces naranjas
como un hare krishna
que reitera sus salmodias
entre viejas en letanía.

Se hace madrugada y de la extrañeza
renacen palabras que ponen railes a las vias del tren suicida
que circula sin maquinista ni estación
en este mundo de algaradas y banderas.
El sueño se come los versos
y en esa zona intermedia que diluye las fronteras
quiero entrever las sombras de la poesía.



No hay comentarios:

Publicar un comentario