El momento sin narración ni guión
queda colgado en un angustioso presente efímero.
El presente vacio sin cuento.
El tiempo a la espera de un algo desconocido.
Vivir entreteniendo al tiempo
como la espera vacua en un aeropuerto
rellenado la vida de pequeños retos insustanciales
y partidas de videojuegos.
El hombre toma las riendas en un nuevo presente sin dios,
sin parnasos, sin destino.
El presente libre; al tiempo pesado y efimero
desligado de la culpa y la vergüenza.
El rendimiento como razón de ser,
la agenda sin nada, llena de objetivos autoimpuestos
que mañana serán nada, sustituidos por los nuevos.
El cumplimiento como razón.
Un tiempo transparente, sin escondites, homogeneo,
dejando en sótanos lúgubres el espacio de lo personal.
Demasiado público.
El tiempo del turista: "corre, corre que no nos da tiempo
a sacar la foto, al almuerzo ya pagado del hotel, al trasbordo"
Si no hay foto no podremos contarlo,
prisas intrascendentes que nacen y mueren en lo eventual y lo efímero,
sin responsabilidad "total, no vamos a volver"
La insoportable levedad del ser, sin cielo, sin retorno
el momento descolgado
buscando la narración de una historia de la que formar parte,
un pasado que dé sentido a su presente,
un presente que forme parte del guión de algún futuro.
(Al hilo de las primeras 100 páginas de Byung Chul Han
El aroma del tiempo)
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