Eran las diez de la noche
de un catorce de julio,
el mar estaba en calma
la arena de la playa fria
los franceses canturreaban borrachos
tonadas patrióticas
y nosotros jugando
a imaginarnos
cómo seríamos
treinta años después.
Hablábamos del tiempo y del espacio
cogidos de la mano,
de nuestra isla desierta
de los inviernos viejos
y de los veranos por estrenar;
del aliento que contienen las palabras
justo antes de darse un beso
y del vértigo de los dieciseis.
Desde entonces
se hizo un silencio de años
templado, nocturno y cercano
entre nosotros
que empezó aquella noche
y dura hasta hoy.
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