Lo peor es que da igual,
lo mejor que ya no quita el sueño ni el desvelo.
Quien lo vivió lo olvidó de tanto odiarlo
y ahora lo quieren recordar
los que son tan iguales
que no encuentran argumentos para
diferenciarse.
Ya nadie lo lleva ni en escudos ni en medallas
horteras
colgadas de pulseras
como en mi adolescencia lo llevaban.
Ya no es nada,
sino historia pasada.
No es capaz ni de convertir en cristal
las hojas cuando caigan
tocando su cuerpo.
No sé porqué
pero me gustaría que mañana pasara algo raro
que no tuviera piernas, que lo hubieran robado
para que alguien
como Tomas Eloy Martinez
pudiera escribir Santa Evita,
un libro sensacional
que me leí este verano.
Pues me lo anoto.
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