En febrero del veinte, cuando
el tedio y la rutina preludiaban
nueva década, nos metimos en un fango espeso
en una niebla de cristales
en una sombra de brea.
Pero la vida iba pasando
mientras nos poníamos entre paréntesis
y nuestros hijos ahora
tienen cuatro años más
de doce a dieciséis, de segundo de la eso a la uni
la semana pasada se fue uno de mis mejores amigos
así de sopetón y sin previo aviso. Uno de mis referentes.
Hoy me pregunto de madrugada
si no va siendo hora de quitarse la ropa mojada
y salir en pelotas a la calle
a romper la boira con nuestro aliento.